lunes, julio 12, 2004

OCHO DÉCADAS DE VIDA Y SIGUE ESPERANDO EL MAÑANA

HISTORIA DE VIDA 

– Don Enrique ha subsistido por la pasada década vendiendo empanadas a las afueras del palacio boqueño.
 
Todos los días, y desde hace nueve años, Enrique Oropeza Rojas se levanta a las ocho de la mañana para recoger la canasta de empanadas que venderá a las puertas del palacio municipal de Boca del Río. Pero hay dos detalles que hacen de esto toda una hazaña: Don Enrique está por cumplir 79 años de existencia, y viaja diariamente desde Alvarado, solo.
 
Sentado en su silla, desde las 10 de mañana y hasta las dos de la tarde (o más), Enrique Oropeza Rojas ve pasar a la gente que entra y sale del palacio municipal, ofreciendo afanosamente sus empanadas de guayaba y queso, agradeciendo que –quienes lo desean– se acerquen a platicar con él.
 
Don Enrique aclara que desde la administración de Ubaldo Flores Alpízar, el municipio boqueño nunca le ha cobrado permiso para vender su producto, apoyándolo de esa forma, pero sí tiene que cubrir los 30 pesos diarios (de lunes a viernes) que le representa el trayecto de ida y vuelta desde el puerto de Alvarado, a 50 minutos de Boca del Río.
 
Él no prepara las casi 100 empanadas que carga en la canasta, pero las cuida como si las hubiera horneado, ya que los 50 pesos diarios que le quedan de la venta son su única fuente de ingresos, con lo que va costeando las medicinas que le calman un poco los dolores de huesos y articulaciones, así como otros achaques propios de la edad, que no lo dejan ni dormir. Llega a gastar hasta más de 500 pesos en medicamentos cada mes.
 
Oropeza Rojas se queja de que la situación económica ha hecho decaer las ventas sensiblemente; no logra calcular un porcentaje de sus pérdidas, pero sí sabe que ya no le alcanza para lo mismo de antes. Sin embargo, se siente agradecido con el sitio que lo ha acogido por casi diez años, ya que entre los funcionarios y empleados del Ayuntamiento de Boca del Río logra vender entre 50 y 60 pesos diarios.
 
Nunca se casó, pero le queda una hermana y casi 40 sobrinos. Todos dedicados a sus propias vidas, y ocasionalmente lo visitan en su casa –en el centro de Alvarado– o le ayudan en algo. Como lo ha hecho desde niño, Don Enrique sigue valiéndose por sí mismo.
 
Afirma que en su juventud siempre se dedicó al comercio, ya sea de mariscos (jaibas, camarones, pulpos, etc) o de monedas de oro, de las cuales –a pesar de nuestra insistencia en preguntar, y de él en recordar– no explicó cómo obtuvo las primeras, pero sí que esa actividad lo llevó a viajar por varias partes del mundo. Dice haberse embarcado en distintas naves, en las que conoció Japón, Alemania, Italia, España, Francia, y otros puntos de Europa.
 
Entre sus anécdotas está el haber coincidido en el malecón de Veracruz con la comitiva del entonces presidente de la República, Ernesto Zedillo Ponce de León, quienes lo llevaron ante el titular del ejecutivo para que eligiera la empanada que más le gustara. En total, le compraron más de 40 empanadas, pero no se las pagaron todas –dijo– porque «no traían cambio, pero me dijeron que si les facturaba me enviarían todo el dinero desde México».
 
Así se despide de nosotros, con otro gracias y un «hasta mañana». Son casi 80 años de vida, y Don Enrique sigue pensando en el mañana, cuando muchos con menos de la mitad de su edad ya han dado por perdida la esperanza y están encerrados en sus rutinas. No caería mal, de vez en cuando, comer una empanada de guayaba –o de queso– y contagiarse un poco del virus de la vida que alimenta a este personaje.